El 5 de septiembre de 2024, Quito despertó envuelta en fuego y humo. Tres incendios forestales en Itulcachi, Nayón y Chilibulo alarmaron a la capital ecuatoriana porque vio afectados, tanto su entorno natural, como la vida de los habitantes. El alcalde Pabel Muñoz solicitó una investigación policial debido a las sospechas de que los incendios fueron intencionales.
El fuego, impulsado por fuertes vientos y altas temperaturas, convirtió extensas áreas de vegetación en cenizas y trajo consigo pérdidas devastadoras, tanto para la naturaleza como para la economía local.
La parroquia de Pifo, al este de Quito, se vio especialmente afectada, el incendio en La Cocha, una hacienda situada en las cercanías del barrio Itulcachi, se consideró uno de los más graves, desde la madrugada, helicópteros y decenas de bomberos luchaban contra las llamas que, avivadas por vientos implacables, avanzaban rápidamente consumiendo todo a su paso.
DAÑOS
El informe preliminar del COE destacó la gravedad de la situación: en Nayón, se evacuaron 45 personas, en su mayoría ancianos, debido a la inhalación de humo, en Itulcachi, el incendio avanzaba hacia Palugo mientras los bomberos relevaron a su personal agotado, en Chilibulo, el equipo de emergencias se mantenía alerta, vigilando el incendio que amenazaba con expandirse.
El daño de los incendios no se limitó a los bosques, en Pifo, se notificó la muerte de 32,000 aves de granja y la intoxicación de 20 reses debido al humo, impactando profundamente a los agricultores locales.
En La Cocha, los habitantes, desesperados ante la magnitud del incendio, crearon cadenas humanas para pasar baldes de agua con la esperanza de sofocar las llamas, pese a su arduo trabajo, los vientos seguían haciendo difícil el control del fuego.
En Chilibulo, las sospechas de un posible pirómano surgieron entre las autoridades debido a la sincronización y rápida expansión de los incendios, lo que intensificaba la incertidumbre y frustración de los ciudadanos.